sábado

2ª Parte de la Operación Netol



Según un escrito de José Luís González Vicente.


El Gobierno General del África Occidental Española dicto con fecha 30 de noviembre de 1957, la 0rden de operaciones “ P.3”, que traducido al castellano antiguo quiere decir OPERACIÓN NETOL (netol era un producto de limpieza de aquel entonces ).

En primer lugar se debía progresar por la carretera de Anamer a Telata hasta alcanzar una línea delimitada por Bu Iderrossen-Tiragüin-Tingrat.
En otra acción simultánea había que progresar a caballo de la carretera de Sidi Ifni a Mesti, asegurar el nudo de comunicaciones a Biugta, rescatar a los defensores de Telata y Tiliuin, enlazar con la columna cercada del teniente Ortiz de Zárate, limpiar de enemigos el macizo de Ixuxard-Laaraguid, garantizar la libre circulación de la carretera Sidi Ifni-Anamer-Telata y, por último replegarse sobre Biugta.


Pero tranquilos muchachos, que no sé que coño ha pasado, que todos los planes se han ido al traste y de la Operación Netol, no queda en pié más que lo asignado a la Primera Bandera del Comandante D. Ramón Saraluce.
Será para que tengamos un bautismo de fuego que no olvidaremos nunca. Un regalo de Navidad.

El Comandante Saraluce, en una carta dirigida a alguien, le dice:
“El día 30, nada más escribirte, sobre las 12 de la mañana, me llamaron del Estado Mayor para confiarme una misión urgente y secreta (ahora ya se puede), infiltrarme en terreno enemigo 26 kilómetros, atacar un nido de comunicaciones (por carretera), y acudir a la máxima urgencia a liberar el puesto de Mesti, en donde dos sargentos con 20 hombres resistían copados desde el día 23.”


Día 1 de diciembre de 1957. Son las cuatro de la mañana. Saraluce ante todos, de pie, tieso como un palo. Semblante serio:

“ Caballeros Paracaidistas, ha llegado el momento de demostrar el valor y grado de instrucción de esta Unidad, vamos a atacar al enemigo y liberar a nuestros hermanos españoles que se encuentran sitiados, tengo absoluta confianza en vosotros y espero también que, como siempre, obedezcáis a vuestros mandos, para que actuando todos unidos logremos el cumplimiento de la misión y con ello la Victoria”.

En marcha paracaidistas. Aún era de noche cuando la bandera se adentró por la pista que conducía a Biugta. ocupando cada uno de los flancos de la misma y dejando el centro libre para los vehículos.


Al frente de la columna marchaba la 2ª Cía., mandada provisionalmente por el teniente José Cassinello Pérez. Apenas faltaba medio kilómetro para llegar a Biugta y reinaba aún el silencio más completo.

De pronto se desató el infierno. Primero una, después dos, tres... armas automáticas desgranaron su mortal tableteo. Una lluvia de balas cayó de imprevisto sobre los sorprendidos paracaidistas de la 2ª Cía. Solo el nerviosismo del enemigo, que le llevó a romper el fuego cuando nos encontrábamos aún demasiado lejos o su mala puntería evitó lo peor.

Aún así el CLP Fernando Ramos resultó alcanzado por los disparos y murió instantáneamente. La primera reacción tanto del oficial como de los soldados fue la de lanzarse de bruces en el suelo, pero el teniente Cassinello comprendió que permanecer inmóviles a descubierto sería un suicidio, pues ofrecían un buen blanco y, aunque el enemigo fuese un mal tirador, acabaría por acertarles, así que decidió acortar distancias y lanzarse al asalto con toda su 2ª Cía.

Se realizó entonces una maniobra de flanqueo a cargo de la 1ª Compañía y la 3ª.
Hay que trepar monte arriba como los gatos. Hay que ocupar las alturas o cotas 400 y 420. Tira “parriba” que aquí nos fríen. Las ocupamos y cuando ya iban a ir, se encontraron con “los moros” ocultos entre tabaibas, se organizan una serie de tiroteos. Se llega casi al cuerpo a cuerpo, y por fin, los moros, como siempre, huyen, dejando algún que otro muerto.


Poco después la I Bandera hizo su entrada en Biugta, tal y como explica su comandante: “En pocos momentos es cercado el poblado y asaltado a bombas de mano, casa por casa y patio por patio, el poblado entero es una hoguera gigantesca que da testimonio del arrojo y valor de una fuerza que no se amilana ante las emboscadas...”

Tras la toma de Biugta, hay que seguir, a pié. Hay que continuar hasta el segundo objetivo: El Mesti.
Saraluce ordena que sea otra vez la 2ª Cia la que vaya en vanguardia. Hay que trepar por las escarpadas pendientes de la cota 300. El teniente Casinello, al frente de sus hombres realiza la operación como jabatos, pero..............

Los paracaidistas subían como podían el acusadísimo desnivel que, además, estaba cubierto de cactus. A aquella hora de la tarde, el sol parecía vomitar rayos de fuego sobre los sudorosos soldados. Las cantimploras hacía rato que estaban vacías pues llevaban muchas horas andando, la boca estaba pastosa, los labios hinchados y la lengua parecía papel de lija. Por si fuera poco el casco de acero multiplicaba por diez los efectos del sol, pero estaba prohibido quitárselo por temor a los «pacos».

Fue en aquéllos momentos cuando los rebeldes empezaron a disparar sobre la 2ª Cía. Los paracaidistas de Cassinello habían sido cogidos en muy mala posición, a media pendiente y casi sin poder cubrirse debido a los afiladísimos cactus, por lo que el comandante Soraluce mandó de inmediato a los morteros de la 5ª Cia que dispararan sobre la cima de la cota 300, donde parecía que se habían parapetado los moros.

Las granadas de mortero 81, fueron a parar, ¡ al otro lado de la montaña !.

Pero.......... los de la 5ª nos dijeron:
“Apenas teníamos práctica con el mortero al haber sido enviados al frente sin ningún tipo de instrucción, así que hacíamos lo que buenamente se podía. Como era lógico nuestros disparos no cayeron donde nos señalaba el capitán Arroyo, sino mucho más lejos, pero quiso la suerte o la casualidad que una de las granadas fuese a parar cerca de una concentración de moros que se preparaba para emboscarnos, causándoles tanto miedo que todos salieron corriendo”.

El propio Comandante escribiría: “En un barranco que forzosamente teníamos que atravesar, nos prepararon otra emboscada, pero gracias a Dios y a lo mal que tiraban nuestros morteros, los descubrimos....”

Mientras la Iª Cia. al mando del Capitán Pedrosa, iba abriendo camino hacia El Mesti, por la parte de montaña que les había tocado en suerte, llegando al poblado sin sufrir muertos ni heridos.

En el puesto recién liberado se repitieron unas escenas de alegría que serían comunes, a lo largo de aquéllos días, en todos los poblados cercados y liberados. Los sitiados llevaban diez días sin apenas dormir, con la comida y bebida racionadas drásticamente, y con muy pocas esperanzas de sobrevivir. Los edificios estaban totalmente acribillados, tanto por dentro como por fuera, pues las balas, después de destrozar los vidrios de las ventanas, se estrellaban contra los tabiques interiores. Por fortuna no había que lamentar ninguna baja entre los defensores lo que, en todo caso, no decía mucho sobre el ardor guerrero de los atacantes.

Para evitar la posibilidad de un nuevo cerco, a la vez que cubría los accesos a la población, el comandante Soraluce desplegó a la Iª Bandera por todo el zoco de Mesti, así como por el vecino Dar Hammed u Brahin. No obstante este dispositivo tenía un punto débil, el defendido por la Iª Cia, los novatos, sobre la que casualmente recayó toda la presión enemiga.