jueves

La Historia continúa

 Por José Saura Rizzo. 

 Y tanto que la historia continúa.

 El Libro de la Historia de la Brigada no se ha nutrido solo de la sangre y los hechos de los hombres de la Agrupación que pasaron por Ifni.

Se han escrito en él muchas páginas gloriosas desde entonces, y lo que queda por escribir con tanta sangre derramada en actos de servicios. 
Sangre de jóvenes idénticos a nosotros, con la misma ilusión y deseo de servir a España en los más difíciles puestos que se le encomienden. 
Hombres que, como vosotros, tu hermano y tú, y compañeros, demostrasteis ser, como dice nuestro ideario... "los mejores soldados de la Patria". 
Y páginas difíciles de escribir también, son las que hablen de tantas misiones de paz en las que tan volcada esta nuestra BRIPAC en medio mundo. 
 En mi caso, el decidirme por las Banderas Paracaidistas fue por motivos diferentes a los vuestros: mi padre no fue profesional de la milicia, ni ninguno de mis tíos. Solo mi abuelo materno fue capitán de fragata en la Armada, pero no lo conocí. 
Fue otra cosa; verás, yo era el mayor de los varones de siete hermanos, dos hermanas mayores y tres chicos y una chica menores. La situación económica de las familias numerosas dejaba mucho que desear en aquella época. Tenía que hacer la mili sin saber a donde podían mandarme. Mis padres no iban a poder mandarme ni cien pesetas de vez en cuando, estando yo acostumbrado a manejar algún dinerillo de las propinas que pillaba. 
Resulta que, desde los catorce años trabajaba en una importante tienda de artículos de regalo, y aunque hacía de todo (era el comodín de la empresa), el llevar y entregar regalos a sus destinatarios me proporcionaba las referidas propinas, no faltándome mi paquete de tabaco rubio en el traje de los domingos, mis salidas con amigos y amigas a bailes y cines, etc. 
Panorama muy feo se me presentaba si esperaba a que me llamaran por mi quinta. Entonces surge la idea de la Agrupación de Banderas Paracaidistas. Los veía por Málaga en Semana Santa, tan elegantes, con las atrevidas colegialas por detrás tirándoles de las cintas de las boinas, con corbata (fueron los primeros militares españoles en usar esta prenda), sabiendo que comían bien y manejaban entre setecientas y ochocientas pesetas mensuales. Todo esto unido a querer demostrarme que sería capaz de saltar desde un avión, hizo que convenciera a mis padres para conseguir el paternal permiso.
 Si señor, así y no otra cosa fue.