sábado

Día 7 de diciembre de 1957. La liberación de Tiugsa.


Al día siguiente, 7 de diciembre, se produciría la tan ansiada liberación de Tiugsa. Fue el capitán de la 1ª. Cía., Prudencio Pedrosa, junto a algunos de nosotros, a quien le cupo el honor de ser el primero en entrar en el recinto y de recibir el abrazo emocionado de los civiles y militares que lo defendían. Fuera el resto de la Bandera se encargaba de dispersar a las bandas rebeldes que veían como, una vez más, se les escapaba la presa de entre las manos.


El puesto había batido record de resistencia, pues llevaba exactamente dos semanas cercado por el enemigo. Aquella prolongada resistencia se había debido a dos factores de gran importancia: el primero era la existencia de agua en abundancia, lo que permitió a los defensores satisfacer una necesidad básica del organismo; el segundo era las grandes existencias de tabaco que había en el puesto, y que nadie se explica qué hacían allí, pero que habían servido para estimular el espíritu de resistencia, pues de todos es sabido que un soldado con pitillos de sobra es capaz de las mayores heroicidades.
Pero, tal y como cuenta el comandante, también había alimentos en abundancia, que les vino  muy bien a una tropa que llevaba una semana a base de sardinas y de carne en lata.

Pero no había mucho tiempo que perder pues los moros, que se escabulleron astutamente ante nuestra presencia, podían regresar en mayor número si cabe en cualquier instante. Así que, el mando procedió a organizar la retirada, previa destrucción total de todo lo que no podía ser transportado, y después de volarlo volvemos al puesto, pero el enemigo rehecho de la sorpresa nos acosa, nos tirotea a la par que gritan como los indios, no se si para asustarnos o para darse ánimos a ellos mismos.

El Capitán Pedrosa ordena la retirada y cuando vamos monte arriba, nos damos cuenta de que falta alguien. Es el Teniente de mi sección, Francisco López Pérez. Pero dejaré que sea el Comandante Quintas quien relate este suceso:

«El teniente que cierra la retaguardia, la que ahora mantiene contacto con el enemigo, ha desaparecido en uno de esos momentos de mayor presión de los rebeldes. El capitán detiene el repliegue y comienza la búsqueda del oficial. Por fin, más atrás, aparece cuerpo a tierra haciendo fuego con un subfusil. El teniente López Pérez, herido en un pie y sin poder caminar, había optado por servir a su gente quedándose allí con su arma, retardando la progresión enemiga.
Cuando fue visto, los CLPs Carlos Vico Molinero y Juan Conejo López,  pretendieron ayudar a su teniente a caminar y, como éste se negara a ello, echaron su cuerpo a tierra y al lado del oficial abrieron fuego contra los moros que se aproximaban. Ya eran tres.Pero dos hombres más se dieron cuenta de lo que allí ocurría: volvieron sobre sus pasos y trataron de convencer al teniente. Como éste persistiera en su idea la discusión fue breve: el corpulento cabo (Antonio) Bejarano Vilaró, sin hacer preguntas, se echó sobre sus hombros el cuerpo del teniente, ayudado por el cabo Agapito Álvarez (Monje), y la compañía continuó su repliegue»

Así fue, Bejarano resoplaba como un condenado con el Teniente sobre sus hombros, cuesta arriba. Los demás que estábamos bien cuerpo a tierra haciendo fuego o en retirada, según tocaba, mirábamos la escena. Pedrosa nos dijo “Tenéis vosotros más miedo que él.”.

Resumen del día: otros cuarenta kilometrillos de nada, entre combate y combate, cuesta arriba, cuesta abajo...

Los moros, al ver que allí tenían perdida la partida, se fueron para Tenin.