sábado

El valor

Por Carlos Martí.
Habana 1897
Capítulo III de su libro EL SOLDADO ESPAÑOL

La cualidad de todo soldado: ánimo esforzado y sereno ante el peligro; intrepidez y desprecio de la vida, en aras de la Patria del nombre honrado de nuestros padres.

Está tan llena la historia de nuestros soldados, de rasgos de valor, serenidad é intrepidez que inútil es recordarlo á nuestro Ejército que ha desafiado siempre en las más grandes luchas los mayores peligros. Y si fuéramos a publicar aquí la larga lista de episodios en que se retrata la característica de nuestro soldado: el valor, entonces nuestra obra fuera monumental entre las monumentales, el notable escritor militar D, José Ibáñez Marin en un folleto titulado Héroes de la Manigua: Sanz Pastor, Sautocildes y el Batallón de San Quintín, dice en la página 16: "El médico de San Quintín, mi amigo Federico OreIlana, cuyos son gran parte de los detalles que aquí se consignan, refiere que al hacer alto al medio día luego de incorporarse la retaguardia y curar como pudo los heridos, un pobre soldado a quien devoraba la fiebre pedía agua, Ilamaba a su madre, implorando la caridad de sus compañeros.
..... Pero aquí no había, ni en el botiquín no restaba nada con que mitigar los quebrantos del pobre enfermo.
Un cabo del Batallón salió a un claro donde un naranjo silvestre mostrara un verdoso fruto, cogió varias naranjas entre el tiroteo de los insurrectos y satisfecho con su botín, retornó á consolar sus compañeros, aplicándoles a los labios el zumo amargo como hiel, que ellos saboreaban o, por mejor decir, devoraban con la fruición del que cree haIlar el remedio de su desventura. Aquella noche, al hacer la cura a los heridos, uno de eIlos sargento del batallón, llamó paso y muy paso, al doctor.
-Dígame, doctor,-balbuceó el herido cuya vida escapaba por momentos dígame. ¿yo estoy muy grave, no es verdad?
-¿Quién le ha dicho a V. eso? replicó OreIlana, prodigándole consuelos profesionales.
-No ... lo digo, porque ya ve usted, yo robo dos hombres a la columna. . . los dos que me llevan entre .. y. . . francamente, si yo he de morir como creo, no es justo que por mi pierdan dos fusiles el batallón cuando tanta falta hacen para salir de este apuro.
-¡Bah, bah!-añadió OrelIana.-No piense usted en semejante cosa: a curarse y a vivir. . .. Momentos después aquel sargento, con su espíritu de abnegación inconmensurable, se atravesaba el pecho con la bayoneta. j Hazaña digna de ser cantada por la épica! El generoso español remataba la vida para que su cuerpo macilento no distrajera brazos en su transporte. . .»
¡Bien dice que tal hazaña es digna de ser cantada por la épica! ¡Qué ejemplo más hermoso para los millares de individuos de que se compone la familia militar!
Este es el verdadero valor, la abnegación y la intrepidez.

Francisco Barado, otro insigne escritor militar, en Los catalanes en África que modestamente lo titula Recuerdo histórico, escribe: El epílogo de esta jornada (la de Wad-Ras) es digna de las proezas realizadas en aquellos dos combates; es hermoso, sublime porque trae a las mentes la austera grandeza espontánea y la heroica abnegación de los cruzados.
Cuéntase que habiéndose dolido el general Prin de las muchas bajas que el batallón tuvo en Wad-Ras, al desfilar los voluntarios ante el caudillo catalán después del combate gritáronle aquellos: Encare un quedem pera un altre vegada. Aún quedamos algunos para otra vez.»
Y llenaríamos páginas y más páginas narrando siempre, porque allí donde hay un pelotón español surge un episodio, una heroicidad, una grandeza.
Nuestras gloriosas Armas son de entre todas las del mundo, las que más ejemplos de valor presentan, ejemplos de valor que fortalecen y vigorizan.
Qué bien dijo un brillante escritor: «Sin el valor, el soldado se ve escarnecido por sus compañeros, es el objeto de sus burlas y el blanco de sus desdenes; sin el valor no podrá regresar alegre y satisfecho a su aldea, porque ni sus padres le abrirán amorosamente sus brazos, ni sus paisanos le respetarán, recibirá los golpes del más desgraciado en su pueblo y la que fue su prometida al marchar a la guerra, se avergonzará de haberlo querido y volverá su mirada al que regresa lleno de cruces su pecho,  honrosa cicatriz en su cuerpo; ejecutoria preciada del valor, del que nadie podrá dudar».
Hermosa y fiel pintura. En cambio si regresa con la invicta aureola del héroe: las campanas son echadas al vuelo, lucido cortejo oficial va a recibirle, el pueblo toma principal parte en su regocijo, la patria le premia su valor, y por encima de todo, está la real felicitación y protección de S. S. M. M.; convirtiéndose el apellido anónimo de la víspera en ilustre y glorioso. Y para hacer estos hombres de valor, que en todas partes siempre van a la victoria, hay que seguir la máxima de Helps: «El ejemplo heroico de los tiempos pasados es la principal fuente del valor de cada generación: los hombres marchan con calma hacia las empresas más peligrosas, impelidos hacia adelante por las sombras de los bravos que ya no existen».
Ah, sí, el mundo lo debe todo á los hombres y a las mujeres de probado valor.
No sabemos donde, ni nos es posible recordar en que obra lo hemos leído el siguiente rasgo acaecido delante de Sebastopol.
Se refiere de un sargento que estando de avanzada, cuando todos sus camaradas habían sido muertos y él mismo herido en la cabeza, volvió tropezando hasta el campamento y  alzó en el camino a un herido que llevó sobre sus espaldas; pero apenas llegado, cayó sin conocimiento. Muchas horas después, cuando recobró los sentidos, lo primero que hizo fue preguntar por su compañero. «¿Vive?»
-Vuestro «compañero» en verdad sí, está vivo, y es. . . el general. El enfermo quedó sorprendido.
A los pocos días el general visitó al que le había salvado la vida. Mi general, ¿entonces fue a vos a quien traje? Estoy contento, no conocí a V. E. ; pero si lo hubiese sabido, asimismo os hubiera salvado.
Tal debe ser el espíritu de todo soldado y dentro el Ejército un conjunto de heroicos corazones que aunque debilitados por la ausencia y por las contrariedades de campaña, de voluntad fuerte para luchar sin rendirse jamás, pues es de todo punto necesario, ante lo de que -la misión del militar se engrandece a medida que aumentan los peligros sociales, para conjurar los que, parecen que las demás
clases carecen de medios y de energías».